Del poder a la anomia: el Ministerio de Seguridad bonaerense a la deriva
Hace 25 años, este edificio simbolizó el control civil sobre la Maldita Policía. Hoy es el colmo de la seguridad y perdió todo respeto. Nadie controla sus accesos, no hay detector de metales y el ministro atiende en La Matanza.
Las escalinatas de piedra gris brillan a pleno bajo el sol, pero al llegar al peldaño más alto todo cambia de golpe. Una reja antigua abre paso a un hall sombrío, donde un biombo hecho con bolsas de consorcio hace de precario pasillo, por algún motivo. Así luce hoy la entrada al Ministerio de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, en la calle 2 entre 51 y 53, de La Plata. El nylon negro tapa las columnas neoclásicas color crema de este antiguo edificio e impide ver su rincón más sobrecogedor: la galería en homenaje a los policías muertos en cumplimiento del deber. Hasta no hace mucho, ese espacio de memoria era considerado un templo.
Lo más impactante, sin embargo, es que el Ministerio de Seguridad no controla sus propios accesos. Una cámara oculta de Todo Noticias accedió sin que nadie preguntara nada. Las imágenes muestran que cualquiera se mueve sin escollos por sus tres plantas y subsuelo. Los empleados –que se dividen en policías y civiles– no atraviesan molinetes ni firma planillas de asistencia. Y la gente común que va a tramitar un certificado de antecedentes penales (son varias decenas por día, según fuentes no oficiales) pasa sin mostrar DNI.
En este ministerio hay un depósito de armas, hay oficinas de las Superintendencias de Investigaciones y de Inteligencia de la Policía Bonaerense, y servidores informáticos con información, entre otras cosas sensibles.
Pese a ello, parece un lugar público. Es cada vez más común ver en sus patios y oficinas gente con grandes valijas que vende ropa, cosméticos o imitaciones de perfumes. Algunos son empleados del propio ministerio, que emparchan sus flojos sueldos con este tipo de changas, y otros llegan de afuera. Pero ninguno atraviesa un control.
“Vendo fiado, vendo en cuotas”, avisan, así que el tráfico de cada valija se repetirá durante el mes. Una postal de la crisis y un verdadero colmo: en este Ministerio de Seguridad no hay ni detector de metales.
En otra de las entradas (sobre 51, entre 2 y 3) sí hay molinetes para identificación con huella digital, instalados durante el gobierno de María Eugenia Vidal, pero están desconectados desde hace años. Conclusión: el personal va cuando quiere y los visitantes también.
TN mostró, además, que los ascensores no andan hace 15 años, que los generadores eléctricos con cientos de litros de gasoil están justo abajo de los servidores de informática, que las oficinas con faja de “clausurado” no tienen cerradura, que los cielorrasos están derruidos y las instalaciones eléctricas dan miedo. Algunos lo apodaron “el Ministerio de inseguridad”.
Éste fue uno de los llamados edificios del poder presentes en el primer programa arquitectónico de Pedro Benoit para esta ciudad, a fines del siglo XIX. Se lo conocía como Departamento de Policía, también como Palacio de Policía, cuenta Gustavo Vallejo en su libro Escenarios de la cultura científica argentina, ciudad y universidad, 1882–1955. Ocupa una manzana entera del eje fundacional (entre las calles 2, 3, 51 y 53).
En 1998 fue el escenario de un hito. Dejó de ser la sede de la “Maldita Policía”, se convirtió en el Ministerio de Justicia y Seguridad y quedó por primera vez al mando de un civil, León Arslanian.
Arslanian llegó tras el crimen de José Luis Cabezas, en un contexto de gran descomposición, de podredumbre policial, durante la gobernación de Eduardo Duhalde. Puso en marcha un plan de purgas y reformas policiales sentado en este lugar emblemático, que hasta entonces había sido impenetrable para civiles.
Ahí, en la ex Jefatura de Policía, había pasado de todo. Un acuartelamiento de la Bonaerense en 1973, días después de la asunción de Héctor Cámpora. Un atentado de los Montoneros en 1976 que buscaba a hacer volar la plana mayor. Y un cruel interrogatorio de Miguel Etchecolatz y Ramón Camps a Jacobo Timerman, director del diario La Opinión, ocurrido en una de las oficinas de la planta baja en 1977.
Muchísimo antes, en otro mundo, tuvo ahí su gabinete nada menos que el comisario Juan Vucetich, creador del sistema dactiloscópico. Científicos de Europa se llegaron hasta esa pequeña oficina, abierta en 1891 -en una capital a estrenar- para conocer la técnica. Primero se llamó Oficina de Identificación Antropométrica y después, Sección Identificación.
Hoy los herederos del sabio Vucetich siguen trabajando ahí cada mañana, comprometidos con la fina tarea de la identidad, ya sea para resolver crímenes o para encontrar identidades de origen. Son policías y civiles, y están en la Dirección Registro de Antecedentes (declarada patrimonio de interés provincial) y en la de Personas Desaparecidas.
Y hay más historia. El subsuelo guarda una imprenta antigua, de las pocas que deben quedar, y viejos calabozos en desuso. Además, esa manzana alojó la primera enfermería platense y una entrañable institución llamada Gota de leche, que recibía donaciones de leche materna, las esterilizaba y las embotellaba para las madres que no tenían suficiente. Está contado en el libro La Policía de la provincia de Buenos Aires. Su historia, su organización, sus servicios (1910) y no tiene que ver con la seguridad, pero sí con el rol social y el respeto que alguna vez tuvo la Policía.
A este edificio, los policías más viejos lo llaman con dureza “Casa de piedra”. Los más irónicos lo apodan “Punta Cana”. Pero siempre fue un lugar importante.
Hoy una toldería de nylon oculta los nombres de los caídos en el hall principal. Ningún docente lleva alumnos a este monumento situado a cuatro cuadras de otros palacios de la época, como la Gobernación o la Legislatura, muy presentables; al menos en lo edilicio. Y el ministro Javier Alonso no usa su oficina.
Este estilo empezó en 2020, cuando Sergio Berni decidió instalarse lejos de La Plata, en un predio conocido como Puente 12, en Ciudad Evita, La Matanza. Aulas móviles del ministerio de Educación, contenedores y baños químicos se convirtieron en sus oficinas. Un ambiente independiente, con helipuerto a mano y estética de trinchera, donde los jefes policiales debían referirse a Sergio Berni como “Sierra Bravo” por sus iniciales, siguiendo el código internacional de deletreo.
En 2021, algunos familiares de desaparecidos y sobrevivientes protestaron. En ese predio funcionaron tres centros de tortura en la última dictadura (Cuatrerismo, Brigada Güemes y Puente 12) y ellos sospechan que aún podría haber pruebas de delitos de lesa humanidad. En un comunicado titulado “Pisoteando la memoria en Puente 12” y en un escrito presentado en la justicia federal de La Plata, denunciaron construcciones de cemento, movimientos de suelo y tránsito masivo de personas y de vehículos que serían incompatibles con una zona que debía ser preservada.
Pero no fueron escuchados. El lugar se impuso como cabeza del ministerio (aunque su sede por ley siga siendo La Plata), como base de las Fuerzas Especiales de la Bonaerense y como centro del poder. Al punto de que Axel Kicillof ha tenido que trasladarse desde la Gobernación hasta allí para reuniones sobre seguridad, y no al revés. Esto ocurrió, por ejemplo, cuando pidió explicaciones sobre el operativo en el que murió el hincha de Gimnasia y Esgrima de La Plata Lolo Regueiro, en 2022.
Con el ministro tan lejos, muchos jefes también abandonaron sus oficinas. Sin embargo, en el organigrama pasó lo inverso: se llenó de nuevos cargos políticos con base en La Plata. Decenas de direcciones y subsecretarías engordaron la planta en los últimos años (el decreto 2369, del 29 de diciembre de 2022, es un botón de muestra). Y una curiosidad del gobierno de Kicillof: varios militares retirados se alzaron con cargos importantes de la mano de Berni. Por ejemplo, el coronel Julio Tornero, como Subsecretario de Coordinación de Logística Operativa.
No sólo el ministro cambió de sede sin cambiar la ley, también rebautizó a la policía. La frase “Fuerza Buenos Aires” se estampó en reemplazo de “Policía de la Provincia de Buenos Aires” en vehículos, viseras, chombas y resoluciones oficiales. Un notable entrevero de símbolos en un mundo todo hecho de formas y símbolos.
Un cuarto de siglo pasó desde la llegada de Arslanian. Hoy el ministerio que representa el control civil de la seguridad es tierra de nadie. Alonso sigue en Puente 12, lejos de la “Saladita” de valijas, de los servidores regalados a la suerte, y del peso de la historia.
Seguridad nula, desdén con los caídos. Este palacio a la deriva parece un espejo de la calle y de una fuerza ninguneada. Es que, salvo unos pocos multimillonarios que dibujan sus declaraciones juradas, casi todos son a la vez policías y choferes de aplicaciones como Uber o Didi (muchos de estos servidores públicos “donan” parte del sueldo al jefe a cambio de la venia para abocarse a esas actividades más rentables). Muchos enfilan al psiquiatra, sobrepasados por un régimen inhumano. Muchos intentan suicidarse. Cuatro por mes lo consiguen. Y ésos no son los multimillonarios.
El suicidio es hoy la causa principal de muerte en la Bonaerense y es un tipo de muerte 10 veces más frecuente que las ocurridas en la lucha contra el delito. Son datos oficiales que publicó Clarín.
Otros tantos mueren en viajes irracionales. Cristian, Octavio, Hernán y Alejandro eran de Caballería, pero andaban menos montados que sobre ruedas. Vivían en las rutas, yendo cansados, a cubrir canchas de fútbol que valen $4.000 la hora (y no seis veces más, como estimó Kicillof) y se cobran un mes después.
Murieron en Carmen de Areco, cumpliendo con un itinerario de 700 kilómetros lejos de sus hogares para un partido en San Nicolás que se podría haber resuelto con personal de la UTOI de San Nicolás, y que Alonso no le pidió a Tapia suspender ni jugar de luto.
La periodista Adriana Kees, pareja de Cristian Delgado, una de las víctimas, contó en el canal Somos de Tres Arroyos que él había trabajado el día anterior en un operativo, que sin descanso fue enviado al viaje trágico y que después lo esperaba otra cancha en Pilar. Eso no es todo: el vehículo donde murieron ya había tenido fallas poco antes, había estado varado en la ruta esperando a un mecánico de la Policía, que para colmo llegó desde La Plata después de tres horas en la ruta.
Así vivían. Cada fin de semana salían de noche o madrugada desde Bahía Blanca rumbo a Pilar, a Carhué o al límite con La Pampa, para cubrir canchas, y no por deseo, como dijo Kicillof. “Todo el tiempo en la ruta, una locura. Todo el personal estaba cansado”, resumió la mujer. Su esposo estaba estresado y había buscado ayuda médica, contó entre lágrimas. Él tampoco estaba entre los multimillonarios.