Lejos de trolls, bots & fake news, las elecciones en el mundo andino del noroeste

Josefina López Mac Kenzie
5 min readAug 11, 2019

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IRUYA, SALTA-. “Nosotros somos justicialismo. Desde que aprendí a votar: justicialismo. El justicialista es pobre. El radical es rico. Así es”. Mamaní, de 73 años, simplifica así la contienda. A su lado sonríe su amigo, que casi no ve ni oye. Juntos pasan el rato echados al sol en una escalinata de piedra del casco histórico de Iruya, un pueblo antiguo escondido en las montañas del norte de Salta, a tres horas del asfalto por un camino de cornisa y a 2.780 metros sobre el nivel del mar, donde flamean tres banderas: la celeste argentina, la bordó salteña y la whipala de las etnias originarias.

Mamaní no sabe leer ni escribir. No fue a la escuela porque en su época había trabajo para los niños en los ingenios azucareros (trabajaba en el más viejo de Argentina, el San Isidro, ubicado a unas seis horas en vehículo desde Iruya). Y hoy pasa los días a la espera de alguna changa, por necesidad y para tener qué hacer. Dice que para este domingo no le pidieron nada, ni convencer votantes ni ayudar a fiscalizar. Y que sólo espera el momento de ir y “votar justicialista”.

Ajenos a las usinas de fake news y los ejércitos de trolls y bots, a los actos de campaña en “escenarios 360” y a las pócimas de sondeos de opinión que tienen en vilo a las grandes ciudades argentinas, estos pueblos rurales del noroeste -que poco importan en la maquinaria electoral- laten a otro ritmo aunque a algunos hayan llegado los datos móviles.

En la víspera de las Primarias presidenciales, las mujeres fatigan en silencio las callecitas empinadas de Iruya como cada día, vendiendo tejidos, empanadas o sánguches de milanesa afuera de la iglesia donde celebra misa un sacerdote español. Los chicos van a clases o juegan a la pelota. Y los hombres hacen algo de albañilería o pasan el rato, como Mamaní. No se percibe en este pueblo fundado en 1753 ansiedad alguna por los resultados de este domingo.

Iruya abarca más de dos mil kilómetros cuadrados, donde se desperdigan unos 4.500 electores del millón que tiene Salta y representa el 3% del electorado nacional. Son familias campesinas que subsisten en caseríos de adobe (mezcla tradicional de barro y paja) y piedra, crían cabras u ovejas, cultivan papines, intentan vender a los turistas tejidos de lana, tortillas chatas de harina o empanadas, o les cantan coplas porque es agosto, el mes de la Pachamama.

En los parajes más aislados de este departamento –como Las higueras, Isla de cañas, Rodeo colorado, San Isidro o Alisar del Porongal–, los lugareños tienen garantizados centros de votación. Llegarán después de andar horas a pie por las faldas de las montañas, y encontrarán allí urnas que se distribuyeron a lomo de mula, mediante una logística trabajosa que el Estado argentino despliega para las geografías más difíciles aun cuando sea para garantizar el voto de un puñado de argentinos.

Ahí, los iruyeños podrán colocar la boleta de un candidato a presidente en ésta, la primera de dos, o quizá de tres instancias de votación, algo que deberán repetir otras dos veces más en noviembre, para elegir –pero con voto electrónico– un gobernador que suceda a Juan Urtubey, hoy vice en la fórmula del presidenciable Roberto Lavagna.

Yavi, Jujuy.

En Jujuy, otra provincia del noroeste, que sólo impacta en el 1,60 % del electorado nacional e, igual que Salta, condensa el grueso de sus electores en su ciudad capital, las localidades andinas viven estos comicios con un desapego similar. Por ejemplo, en Yavi, un pueblo del altiplano pegado al límite con Bolivia, se espera que “bajen” a votar a su escuela unos mil habitantes de diez comunidades situadas en los alrededores –como Suripugio, Yavi Chico o Inti Cancha–, pero en la previa de las elecciones la vida pasa por otro lado. Una mujer murmura en la puerta de la iglesia una lista de nombres para preparar la “misa de almas” (“Genoveva, Estefanía, Bartolo, Alejandra, Justa…”), a su lado otra describe el suplicio de hacer trámites por internet –un mundo al que no accede ni comprende–, y un silencio total envuelve a este pueblo de adobe fundado en 1575. Apenas unas pintadas políticas en la avenida recuerdan que la Argentina elige presidente.

Yavi, Jujuy.

El distrito cabecera de Yavi es La Quiaca, conocida por su altura (3.500 metros sobre el nivel del mar) y por su puente internacional, que conecta el extremo norte de la Argentina con Villazón, Bolivia. Con una población y un ritmo comercial mucho mayores que el resto de los pueblos andinos y unos 13.000 electores, esta ciudad tampoco vibró los días previos a la votación, aunque hubo pegatina de afiches de precandidatos y una camioneta del Frente de Todos recorrió las calles a la antigua, con altoparlantes, hasta el comienzo de la veda. Al menos para estas instancia de Primarias, la polarización y el vértigo por el resultado no se sintieron a 1.800 kilómetros de Buenos Aires.

La trascendencia de las Paso tampoco pareció ser tal en Humahuaca, una de las ciudades más famosas de la puna jujeña, donde un grupo de militantes de Juntos por el Cambio bajo dos sombrillas blancas en la plaza José de San Martín era el único signo electoral el viernes al filo de la veda.

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Josefina López Mac Kenzie
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Written by Josefina López Mac Kenzie

[Notas y artículos varios, escritos acá y en otros lados / @josefinalopezmk]

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